La muestra investiga la relación del hacer con la temporalidad, como una negociación constante entre las tareas productivas y nuestra duración, entre los trabajos efímeros y la intermitencia, y entre las acciones que consideramos inconducentes y el no-tiempo. La ficción ingresa indefectiblemente en el trabajo para oxigenarlo y minarlo, y así, descubriendo ese mismo movimiento como pendular y paradójico, el trabajo logra introducirse en la ficción. ¿Cuánto del trabajo que hacemos es invadido por la ficción? ¿Hasta dónde la ficción que protagonizamos no es tomada por el trabajo? ¿Qué pasa con esa fractura que revierte los términos, con ese punto que vuelve ficción al trabajo y trabajo a la ficción? La potencia de la práctica artística entra en juego como una forma de reconfigurar categorías y abrir camino a nuevas posibilidades para entender el vínculo que nos ata a las distintas labores que establecen y condicionan cómo ocupamos nuestro tiempo.
Una bolsa de nylon de la ya extinta cadena de supermercados Norte se remonta en el caudal de viento de un ventilador de pie. Imposibilitada de liberarse, flamea y tiende a caer intermitentemente. El extraño artefacto, obra de Nicolás Bacal (Buenos Aires, 1985) yuxtapone un electrodoméstico (ubicuo en los hogares de clase trabajadora de nuestro país) con la bolsa vacía de supermercado (vestigio de una etapa de nuestra historia llena de idealizaciones hoy caducas) como “nortes” que esta improvisada brújula no logra estabilizar. Bacal acompaña la pieza anterior con una obra en la que el recorte preciso de un piso de parquet configura los caracteres “en blanco” de un reloj digital, descubriendo una temporalidad escondida en el escenario doméstico, que encierra todas las posibilidades y ninguna a la vez.
El surrealismo contemporáneo de Bruno Gruppalli (Quilmes, 1984) materializa la autoexplotación involuntaria de nuestra propia imagen, develando el grotesco al que la arrastran las exigencias de los actuales mecanismos de sociabilización laboral. Su obra consiste en una escultura entronizada sobre un gran pedestal de concreto: un retrato antropomorfo que exterioriza el inconsciente de la autopromoción impostada, actuando un teatro del absurdo en el escenario de las relaciones humanas.
En la obra de Eugenia Calvo (Rosario, 1976) una cama pareciera haber tomado las medidas y particularidades con las que fue construida para reconfigurarse a sí misma como el objeto de su finalidad, a saber, un cuerpo humano. En esta ficción el mueble que habita la vivienda se ha animado como gesto de resistencia y rebeldía contra el avance sobre su territorio, el que ya ha cedido frente a las dinámicas que desdibujan los límites entre nuestros espacios de ocio y nuestros espacios laborales.
La artista Aimé Pastorino (El bolsón, 1982) toma como modelo para sus esculturas las máquinas de trabajo del taller de su abuelo, presentes en su imaginario como síntesis de una generación abocada a su oficio vitalicio, para realizar con minuciosidad simulacros a escala 1:1 de dichas herramientas confeccionados íntegramente en madera. Estas obras, a través de una inversión tautológica de roles, son el resultado de una operación en que la morfología de las máquinas y la materia sobre la que trabajan se confunden, modelándose como esculturas que capturan la interrupción, la cesación de la actividad laboral, haya sido voluntaria o no.
Mario Scorzelli (Buenos Aires, 1983) es artista y redactor de una revista de crítica de arte. Y también es empleado en una oficina, donde pasa gran parte de sus días. Como respuesta al tedio laboral, Scorzelli realiza extraños dibujos que constelan un universo geek distópico: un presente alternativo habitado por humanos androides, monstruos, alienígenas y jóvenes atormentados que no logran encontrar respuesta a los problemas de su época post capitalista, ni siquiera en el post apocalipsis. Su imaginario combativo no está a salvo de las opresivas fluctuaciones económicas; el proceso ubicuo de la devaluación ya no solo afecta a nuestra moneda y nuestros bolsillos, sino que se ha expandido sobre todas las creaciones humanas, incluída su serie de “dibujos devaluados” que integra la muestra.
La instalación presentada por La copia (Alejandro Montaldo (San Fernando, 1982) ~ Nicolás Pontón (CABA, 1984)) consiste en una casilla rudimentaria hecha de madera que se eleva sobre la superficie del suelo como un obrador al que le fue sustraída la pared a la que parasitaba. En su interior se encuentran algunos objetos presentes en los hogares y pasibles de portar representaciones fotográficas familiares (un llavero, un almanaque, una remera, etc.), encarnadas en este caso por un personaje ficcional: un ser verde chroma sin identidad. El universo de autorretratos que diariamente construimos nos devuelve una imagen vaciada por el bombardeo constante de estímulos y exigencias, que demandan primero la rendición de nuestros espacios y luego la de nuestros tiempos.