“Así como el arte, la tecnología no es solo una herramienta, sino que también es una fuerza que puede dar forma y sustancia a la realidad. La virtualidad no es solo un espacio alternativo, sino que también es un mundo que se construye y se transforma a partir de nuestras interacciones con él. Nos ofrece la posibilidad de escapar de la realidad y sumergirnos en una dimensión ilimitada, de explorar nuevas formas de creación y de vinculación con el mundo. Puede ser una forma de resistencia y también de apertura, abriéndonos las puertas para trascender los límites del tiempo y el espacio. En este sentido, nuestra relación con la tecnología no es meramente instrumental, sino que implica una dimensión ética y política.”
Nos pareció algo sospechoso. Fue una de las respuestas que soltó cuando se dignó a entrar en tema. Le habíamos pedido que nos diera una mano con el texto (por su parte, nos pidió que no reveláramos su identidad).
Al principio no nos tomó muy en serio. Medio que nos hizo unas sugerencias muy generales y nos dio alguna que otra frase que sonaba bien, pero nada fuera de lo acostumbrado.
Quisimos que formulara reflexiones acerca del avance del mundo virtual sobre el mundo natural, y nos apresuramos a decirle que entendíamos las apariciones del último como disrupciones inadvertidas, como los brotes que asoman a través de las grietas del asfalto.
Se rió.
Aventuramos la posibilidad de encontrar en el entramado desjerarquizado de la naturaleza, incluso en las interacciones de sus entidades más insignificantes, las respuestas a los conflictos que nos presenta nuestro avance sobre ella.
Quiso desviar el tema.
Insistimos con verborragia sobre las cosas del mundo, de cómo ya no se tocan, o no pueden ser tocadas del todo. O que al tocarlas, sean lo que sean, se siente como tocar una superficie absolutamente lisa, como el dedo contra el espejo que ya ni siquiera apoya en su propio reflejo.
Pareció incomodarse.
Fuimos por más. Ofrecimos imaginar un mundo natural replegándose sobre su intermitencia, vislumbrable solo cuando apartamos distraídamente la mirada, como única alternativa a una realidad entregada a lógicas algorítmicas preestablecidas.
Guardó silencio.
Cuestionamos el valor de un mundo reducido a habitar exclusivamente el proscenio de nuestras retinas, frágil como una escenografía de cartón bajo la lluvia.
Nada.
Y quisimos también hablarle del tiempo, o mejor dicho, que de éste nos hablara. Del tiempo de la virtualidad, o de lo que la virtualidad hace con el tiempo. Casi pisándonos le dijimos que, a nuestro entender, a cambio de la promesa de infinitud que se nos brinda a cada instante, también se nos clava, por la espalda y lentamente, el puñal del tiempo acelerado, múltiple, inmediato, insoportable.
El silencio se prolongó por algunos segundos más.
Abandonó el chat.